El día que supe que Gloria Trevi
escribió una canción de "protesta” contra el presidente pensé varias cosas.
Primero me pareció muy positivo el aparente avance de la libertad de expresión
que permite a casi cualquier artista manifestar su descontento de forma directa
incluso hacia la “máxima autoridad”; después recordé que no todo es tan
maravilloso pues canciones como “El Circo” y “La Granja”, ambas de Los Tigres
del Norte, fueron censuradas en años muy recientes.
Asimismo, en la canción de Gloria
(nada especial por cierto) me fue difícil ignorar el elemento vendible de la
protesta, ese aspecto de mercado que hace que un artista pop surgido de
programas como “Siempre en Domingo” decida, en un acto de “valentía”, decir
cosas “incomodas”. Ese interés que lleva a muchos artistas de diversos géneros
a enterarse por encimita de los nombres de ciertos conflictos sociales y
“atreverse” a mencionarlos en sus canciones, videos y presentaciones o a
mentarle la madre a las autoridades, cosechando aplausos y probablemente
aprobación del público.
No me malinterpreten, por
supuesto que es algo muy positivo el hecho de que manifestar el descontento ya
no sea un acto de alto riesgo. Es más, yo puedo utilizar estas líneas para
insultar a Enrique Peña Nieto o a Felipe Calderón con palabras altisonantes y
continuar con mi día sin temor alguno a pesar de que quizá me esté excediendo
en mi libertad de expresión y que, sin sustentar mi dicho, tal vez sólo se
trate de una diatriba demagógica que pretende ganar simpatía o dar una imagen
falsa de valentía y, tristemente: si no revelo información que resulte
incomoda, no correré mucho riesgo de ser censurado ¿Por qué triste? Porque,
como dije anteriormente: la censura todavía existe.
De ahí vamos a frases como: “Nos quieren frenar”, “No nos van a callar”,
“Decimos lo que nadie más dice”, “Tenemos agallas”, “Incomodamos a muchos” que
se han vuelto comunes en los discursos de candidatos, políticos, periodistas, comunicadores
o artistas. Mensajes que, cuando el receptor los considera ciertos, le hacen
sentir que al consumir el producto está realizando un acto de rebeldía,
responsabilidad social o bien, conociendo “la verdad”. Es infinitamente más
fácil recibir conclusiones sintetizadas, comprarlas y repetirlas (o compartirlas
en redes sociales) con actitud rebelde y sapiente que realizar un trabajo de
análisis minucioso para llegar a una conclusión propia. ¿Pereza intelectual?
¿Prisa?
Vender una forma de ser
resultante del consumo de un producto determinado no es para nada nuevo. Si un
carro nos da “status” otros productos nos hacen “revolucionarios”.
Es cierto que es muy bueno que
los personajes con poder de convocatoria decidan involucrarse en conflictos
sociales y difundir un mensaje e incluso que la comunidad tenga un interés de
conocer o realizar un cambio, sin embargo, resulta triste y un fraude cuando no
hay conocimiento de causa ya que esa imagen de revolucionario se limita a un
empaque y eso no sirve de mucho pues es ignorancia disfrazada.
Finalmente agregaré que quizá lo
realmente valiente en estos días sería hacer música de protesta contra los
narcotraficantes, en contraste, existe un género musical que los glorifica:
narco corridos, pero de eso hablaremos después.
Adrián Ricardo Flores Lozano 2015. © Todos los derechos reservados.
Prohibido copiar este texto sin autorización del autor.
Fuentes: