miércoles, 22 de abril de 2015

El chilango y los rancheritos.





"Pinches rancheritos"  fue la manera en que Cuauhtémoc Blanco se refirió a la afición de Monterrey antes de un partido contra los Tigres. Ese sábado les anotó y celebró burlonamente, como era su costumbre. 

Semanas más tarde, la selección jugaría en el volcán un partido molero más contra uno de los "clásicos rivales" para amistosos: el trabuco de Ecuador.

Yo, con 13 años, junté dinero para ir al estadio universitario para ver por primera vez a la selección mexicana en vivo por lo que, aunque fuese un partido más, para mí era y sigue siendo una fecha relevante: 14 de mayo de 1999.

El estadio estaba completamente lleno, en su mayoría de camisetas verdes y alguno que otro necio con camisa de los tigres. Se coreaban porras de México e incluso salió la mascota de los felinos vistiendo la camiseta de la selección y una ridícula peluca simulando el peinado de Luis Hernández.

La mascota de los Tigres se acercó hacia nosotros y yo desde la cuarta fila, por razones rayadas, le pinté un dedo y ésta sorprendentemente contestó regresándome el saludo sin que los demás entendieran por qué un mono de peluche insultaba a nuestra zona, así que comenzaron a gritarle: "Chingue su madre el tigre" por un lapso breve; sonriendo por mi "logro" confirmé que ni la selección nos hace olvidar que somos regiomontanos y más tarde, dicho aspecto quedaría acentuado.

Saltaron los equipos a la cancha y todo parecía normal hasta que el sonido local anunció las alineaciones. Después de la mención a Cuauhtémoc Blanco vino un ensordecedor abucheo.

Creí que sería sólo la bienvenida pero durante los 90 infumables minutos de aquel 0-0, cada que el de Tlatilco tenía la pelota, el estadio se unía para abuchearlo e insultarlo. Monterrey no quería al Cuau.

Yo no compartí el abucheo pero, sin justificarlo, más o menos entendí y entiendo. ¿Cómo habría recibido el Azteca a Denigris o a Arellano para un amistoso irrelevante si éstos hubieran insultado a los chilangos semanas antes del encuentro?

Pero el jorobado tenía una fuerte pasión por la camiseta verde y un carácter inigualable. Dos años después, haciendo dos goles y una asistencia para el 3-0 a Honduras que nos calificaba al mundial, puso a todos a los regiomontanos a celebrar en la macroplaza con tal intensidad que los policías nos exigieron calma sólo para recibir nuestro cántico: “Los polis son de Honduras” y corretearnos un par de metros.

No triunfó en Europa, no ganó un mundial y, quizá por la época, no recibió ofertas de equipos de ligas competitivas. Sólo ganó un título de liga en México y tiene un palmarés más bien discreto. Su físico no es el más privilegiado y desde hace mucho tiempo que dejó de ser veloz. Incluso su forma de tocar la pelota era muy peculiar pero sumamente efectiva, baste ver el gol con el que elimina a Estados Unidos en la semifinal de la Confederaciones del 99 o el quinto gol a Brasil en la final del mismo torneo. 

Me atrevo a decir que más por su incuestionable talento, Cuauhtémoc logró ser ídolo por su personalidad que lo animaba a hacer jugadas diferentes, a encarar al rival, a retarlo, a hacer la jugada más complicada pero sobre todo: a sacar la cara en los momentos complicados. 

Le daba arrimones a Landon Donovan en pleno mundial, retaba a un gigantesco David Suazo sin intimidarse, le celebraba en la cara a Lavolpe, a Félix Fernández, le hizo la burlona Cuautemiña a los coreanos, italianos y alemanes (que lo bajaron a patadas), retó a la afición colombiana antes de un partido en Cali, les anotó tres goles y lo despidieron entre aplausos, bajaba balones con las nalgas, daba pases con la joroba, tenía una celebración característica (inspirada en Kiko del Atlético de Madrid, según sus propias palabras), hizo un gol rarísimo lleno de carácter a Bélgica en un mundial y, jamás olvidarlo: tuvo la capacidad de llevarnos a los mundiales de 2002 y 2010. 

Blanco fue el ídolo surgido de barrio que jamás disimuló su personalidad. Nunca se sintió menos que ningún jugador que valiera millones de dólares. Aún perdiendo sacaba el carácter y te hacía sentir orgulloso. Representaba a México no sólo con la camiseta sino con su irreverente forma de ser. Eso hizo que la gente lo quiera más que a jugadores que fueron incluso mejores o más trascendentes que él como Márquez y Hugo Sánchez. 

Más de 15 años después, el 23 de agosto de 2014 volví a ver a Cuauhtémoc Blanco en vivo, ahora en el estadio Tecnológico para el partido Monterrey-Puebla. Ya muy disminuido y sin destacar en el juego, tuvo sin embargo la capacidad de hacerse notar. En un hecho sin precedentes, al salir de cambio en el minuto 73, la afición le aplaudió a un jugador que jamás había vestido la camiseta local, algunos hasta lo hicimos de píe y él devolvió el gesto a la afición. La reconciliación estaba consumada: Cuauhtémoc, el chilango, es de todos, hasta de los regiomontanos.  

Gracias Cuauhtémoc. 





Explica su celebración.

                                                                                                        Adrián Ricardo Flores Lozano 2015.