sábado, 9 de mayo de 2015

Adios Tecnológico.




A través de una de las puertas pude mirar hacia la tribuna de preferente totalmente llena, pintada de albiazul y ondeando banderas con una M enorme. Escuché por primera vez en carne propia el murmullo de la gente que hasta entonces sólo conocía en la televisión, los videojuegos o en las imitaciones que con la garganta hacía mi primo Miguel cuando anotaba un gol en el sótano de su casa.

Sentado entre mi padre y su amigo “El Tati”, por fin dejé de hacerles preguntas infantiles y les permití platicar a gusto pues yo ya estaba perdido en el rectángulo verde todavía vacío.

Sonó el himno del Monterrey, saltó “La Pandilla” a la cancha, reconocí al “Tato” Noriega, a Sergio Verdirame y a “La Bomba” Ruíz Díaz. Me invadió una emoción inmensa que recorrió mi pecho hasta llegar a mis piernas provocándome mariposas en el estómago y  me puse de píe como si se tratara de honores a la bandera en una asamblea de lunes. Hasta hoy me es imposible escuchar el himno sin recordar ese momento y percibir en mi cuerpo vestigios de aquella sensación.

Tenía 9 años, era el 10 de mayo de 1995, partido de Repechaje contra los ya desaparecidos Tecos de la UAG. Apenas comenzaba a gustarme el fútbol y era tan nuevo que me reí fuertemente cuando escuché que un jugador de Tecos se llamaba Hugo Aparecido hasta provocar un “Ya m’ijito” de mi padre, me sorprendí con la existencia de los “recoge balones” y con el hecho, muy obvio por cierto, de que el narrador sólo se escuchaba en la tele.

“El Vaquero” Jauregui fue el encargado de abrir el marcador y de mi primer grito de gol en el Tecnológico que, dicho sea de paso, me raspó la garganta, costumbre poco sana que sigo manteniendo. David Patiño lo sentenció: 2-0 ganó el Monterrey.

Al salir del estadio me compraron mi primera camisa Rayada, era pirata (muy pirata) pero tenía el 17 en la espalda, el del “Tato”. Tenía menos de dos años de vivir en Monterrey, poco más de 6 meses de gusto por el fútbol pero ya era oficialmente Rayado, nada podía cambiarlo.

Yo quería volver cada quince días porque en ningún lugar podía repetir esa sensación con tal intensidad pero mi padre no es Rayado ni asiduo a los estadios, sin embargo, en los años siguientes haría el sacrificio de llevarme de vez en cuando al Estadio Tecnológico a ver, seamos honestos, partidos muy malos y casi siempre con resultado adverso. Estamos hablando del Monterrey de la segunda parte de los 90.

La última vez que mi padre me llevó al estadio fue el 9 de mayo de 1999, cuando "El Abuelo" Cruz y "El Alvin" Pérez nos mantuvieron en primera división, quizá el único momento importante que le tocó vivir conmigo en el Tec, Después de ahí, ya no tuvo que sacrificarse pues yo ya era un adolescente.

A partir de los 15 comencé a asistir por mi cuenta. Siempre en la tribuna de preferente o general y únicamente cuando conseguía boleto pues no tuve mi primer abono hasta que fui adulto.

Nos sentábamos en tablas astilladas y acudíamos a baños dignos de una cárcel y con olor a gasolinera, separados de la cancha por una pista de atletismo y a veces viendo a los jugadores mover el balón sobre líneas de fútbol americano pintadas por algún partido de “Los Borregos” de días anteriores.

Sin embargo, para mí siempre fue un estadio maravilloso por la vista al cerro de la silla, por los mejores choripanes de la ciudad, por las columnas con enredaderas detrás de la portería, por los vendedores de cada semana, “El güero”, “El papas-cigarros” o por celebres personajes como “El Lavolpe” o “El Fuck You”, por los gritos, chistes y cánticos de la gente, por las porras y las competencias de porras contra los de numerado y sobre todo por la herradura, esa en la que vi gritar a Guillermo Franco, Humberto Suazo, Aldo Denigris, Walter Erviti y Jesús Arellano, por mencionar a algunos.

En ese recinto tan criticado por su mal estado, viví todo tipo de emociones como el gol del “Alvin” Pérez, la dolorosa final contra Pumas, el clásico de vuelta por la semifinal del Clausura 2003,  el 7-1 a Veracruz, el gol de Denigris al América, la voltereta en la final contra Cruz Azul en la que me tuvieron que calmar entre varias personas porque estaba temblando y gritando “No es cierto” pues no podía decir la palabra gol, el clásico de copa de 2013 y un montón de momentos importantes en la historia del club.

Pero para mí el Estadio Tecnológico siempre significará esa sensación que me invadió al mirar por el umbral a una grada totalmente pintada de azul y blanco, un sentido de pertenencia, es cierto, totalmente irracional, pero que desde aquel día jamás se fue.

Hoy 9 de mayo también, no sabemos si será el último partido en el Estadio Tecnológico pero pase lo que pase: Gracias Tec.