viernes, 2 de noviembre de 2012

Adiós


Está empapada en sangre, cada vez hace menos ruido, el vacío le arrebató rincones y paisajes, el silencio entrega su cuerpo a manos nuevas; manos voraces que descarnan sin descanso.

Los gusanos llegaron temprano pero nadie los puede expulsar.

¿Quién va a exigir el respeto a los tiempos de la muerte si dicha exigencia
ha de traducirse en la propia muerte antes de tiempo?

Sus asesinos no esconden las manos, se las limpian los guardianes, ya no le temen a la luz, ese miedo que fue obstáculo se transformó en herramienta.

Se tragaron faros, grutas, barrios, plazas, calles, todo ante la vista de un cerro silencioso; cerro al que desafían y del que se burlan mientras someten a sus hijos; hijos que negamos el luto y nos arropamos en los brazos que crédulamente le fabricamos al tiempo; brazos en los que creemos porque no nos queda nada más, ojalá fuésemos más ingenuos

Escondidos, aprendimos a no escuchar, a no ver y principalmente a no hablar. No podemos abrazarla, mitigar su agonía ni cambiar su desenlace, preferimos no presenciar su martirio, nos resignamos a no compartir su destino; ya no esperamos a las respuestas porque hay más dolor en la espera inútil que en despedirse al vacío.

Dios, La Virgen, La parca, ¿de quién fue la decisión?, a estas alturas los difuntos no necesitan autor, arrebatar vidas dejó de ser una labor exclusiva y hoy cualquier mortal improvisa juicios finales.

No habrá funeral, no existen para este género todavía, nos iremos acostumbrando a hacer nuestra vida sobre un cadáver, rogando volvernos polvo con su polvo sin que intervenga la pólvora y esperando a que llegue la muerte a reclamar su lugar, a erradicar a sus usurpadores aunque nada nos pueda devolver.  


Adiós Monterrey.


Adrián Ricardo Flores Lozano.

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